“La sabiduría no es una comprensión intelectual y filosófica, sino un estado de conciencia” dice Juan Manzanera, psicólogo clínico y maestro de meditación, en su libro El Hallazgo de la serenidad.
Y si hay algo que necesita el mundo y cada uno de nosotros en estos momentos convulsionados, es encontrar la serenidad… No pretendo en estas líneas definir lo que es la sabiduría; ni siquiera sabría cómo hacerlo. Es algo que no puedo expresar con palabras; algo que no puedo describir desde lo racional ni intelectual pero que, intuyo, compartieron los principales líderes religiosos. Imagino a Jesús, Buda, Confucio, Mahoma y tantos otros profetas; en diferentes tiempos y espacios, con diferentes formas y lenguajes; profundizando en una misma naturaleza esencial, a la que seguramente accedieron conectando con el corazón y con la intuición. Si de verdad quisiéramos conocer la esencia de la naturaleza de estos profetas, maestros de generaciones y de millones de personas, que quisieron transmitir un mensaje y dejar la estela de un camino a seguir; nos daríamos cuenta que tienen en común el cultivo de la sabiduría; en todos ellos un mensaje de paz y de amor se encontraba por encima de cualquier razonamiento intelectual.
¿Qué pasó entonces con el espíritu que quisieron transmitir estos sabios? ¿Será que la fuerza de la mente humana nos juega muchas veces una mala pasada? El daño de malinterpretar las enseñanzas y construir desde la mente estrictos dogmas – olvidando la virtud de la flexibilidad- es irremediable e inexplicable. Lo que leído con compasión y sabiduría serían diferencias imperceptibles de lenguaje y de forma, leídos desde la ignorancia se convierten en abismos infranqueables que nos hacen sentir indefensos y nos atemorizan.
¿Qué camino tomar como humanidad para frenar el daño que puede producir nuestra mente? El único posible es dejar de buscar explicaciones a lo inexplicable. No intentar reflexionar sobre la violencia, no darle espacio. Reflexionar en cambio sobre cómo habitar espacios de paz, de armonía, de expansión de conciencia. El camino es transitar una apertura de corazón que se expanda y abarque cada vez a más personas sin distinción de razas ni credos. Es rendirnos a las palabras de cualquiera de los grandes maestros y ejercitar nuestra mente para erradicar lo dañino y fomentar lo positivo. Mediante la técnica que cada uno encuentre: meditación, búsqueda espiritual, grupos terapéuticos, grupos de ayuda mutua. Con constancia y sin claudicar, con la confianza de no sabernos solos y con la esperanza de que un día, más tarde o más temprano, podremos alcanzar la paz y la armonía que el mundo está pidiendo a gritos. Acunémoslo con paciencia. Es lo que tenemos a nuestro alcance.
Podríamos decir que la sabiduría proviene de escuchar atentamente a nuestro corazón y el conocimiento está sustentado por nuestra mente. Cuando lo que conoce la mente apoya y está al servicio de lo que nuestro corazón percibe y siente, entonces –y solo entonces- podemos vivir coherentemente y encontrar la serenidad.