“Tengo la teoría de que cuando uno llora, nunca llora por lo que llora, sino por todas las cosas por las que no lloró en su debido momento.” dice el poeta y escritor uruguayo Mario Benedetti. Sus lúcidas palabras hablan de su conocimiento de la psicología humana y, cada vez que las leo, me remontan a la interesante explicación de los sentimientos que da el psicoterapeuta alemán Bert Hellinger, creador de las Constelaciones familiares, fantástico abordaje del alma humana. Para Hellinger, los sentimientos humanos se pueden dividir en diferentes categorías. Dos de ellas las llama sentimientos primarios y sentimientos secundarios. En el primer caso, el sentimiento aflora en el momento en que estamos vivenciando o evocando algún hecho concreto. Por ejemplo, el dolor y la tristeza de perder a un ser querido. El sentimiento primario así definido, nos ayuda a transitar la situación y, conetados con el mismo, determinaría en este ejemplo, la calidad de duelo que podemos hacer. Ante un sentimiento primario, la alegría, el dolor, o lo que sea que surja, nos conecta plenamente con nosotros mismos, nos ayuda a conocernos, a buscar herramientas que nos ayuden a transitarlo del mejor modo posible y a conectar con nuestra verdad más profunda para vivir la vida tal cual se presenta respondiendo a lo que surje “conectados” con lo que pasa y con lo que nos está pasando. En el segundo caso, el sentimiento secundario, es derivado de una situación no resuelta y puede mutar en otra historia. Sería el caso de agresión, miedo o bronca que reemplaza a uno primario y al cual uno se aferra sin saber a veces la razón. Junto a este tipo, pueden también encontrarse los sentimientos adoptados, que surjen de la identificación con un ser querido y que sentimos como propios pero no lo son. Atrapados por ellos, nos deconectamos de nosotros mismos y nadie puede ayudarnos, porque las razones proceden de procesos internos que nada tienen que ver con lo que la vida trae en este momento. La energía que nuestra psique pone al servicio de defendernos del dolor y de los procesos que demandan sanar nuestros sentimientos primarios, hace que vivamos desconectados de lo que realmente nos sucede. Y, por ejemplo, reaccionamos con ira ante un desconocido porque no curamos un dolor del pasado. Hellinger dice que un terapeuta no puede ayudar a un paciente sin que tenga la voluntad y la predisposición necesarias para conectar con sentimientos primarios. Ese sería el camino para “despertar” y vivir la vida en armonía. Tomarnos el tiempo para percibir lo que nos pasa y qué sustenta nuestras reacciones de rabia, venganza u odio, de dónde provienen los miedos que nos paralizan, nos hará capaces de accionar desde lo que de verdad somos. Porque estas reacciones, a veces desmesuradas y que salen desde lugares ignotos, nos perjudican y no nos dejan actuar en libertad. Vale la pena el trabajo que lleva a liberarnos de condicionamentos y a conocer los sentimientos primarios que a través de nuestra vida fueron mutando. Desactivar esa “gimnasia” que aprendimos para traducir sentimientos y llorar a su debido tiempo, nos hará libres para vivir más ligeros de equipaje. Vale la pena!