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Gabriela Zaragoza

¿Qué soltar cuando soltamos?


Muchas veces escuchamos que una llave hacia la felicidad es “poder soltar”. Pero, ¿a qué se refieren ese poder y ese soltar? El camino fácil nos propone soltar lo que nos resulta difícil. Lo difícil suele ser lo que nos confronta más con nosotros mismos. Soltar sin un compromiso profundo y como fórmula desprendida de una frase hecha puede hacernos confundir el deseo con la desidia. Quedar atrapados en lo superficial, soltando lo que nos incomoda sin saber demasiado porqué. Si un vínculo nos interpela, lo dejamos. Creemos que soltar es liberarnos rápidamente de lo que nos molesta, aburre o irrita. Si un trabajo se dificulta o se superpone a una experiencia placentera, renunciamos. Si una psicoterapia nos acerca mucho a verdades que no queremos ver, la abandonamos. Pero soltar alude a apartarnos de situaciones que nos complican porque no nos ayudan a crecer. Al hecho de “poder” dejar de querer imponerle nuestra voluntad a los hechos. A animarnos a no “retener”.

No es que el mero hecho de “soltar” nos haga evolucionar. Lo que verdaderamente nos libera es soltar también los miedos, las dependencias, las expectativas y el creer que algo nos pertenece.

En ese sentido, al soltar un vínculo, la pregunta para hacernos sería: ¿Qué aspecto de nosotros estamos soltando al dejar ir esta relación? ¿Mi dependencia, por ejemplo? ¿O sigo aferrado a mis expectativas y necesidad de control y por eso no puedo avanzar en la relación?

Del mismo modo, cuando renunciamos a un trabajo, podríamos preguntarnos ¿Estoy soltando mi exigencia, mi necesidad de éxito y recuperando mi libertad? ¿O estoy bloqueado por mis miedos e inseguridades y la realidad es que no me animo al desafío? Cuando suelto mi pasado con todo lo que eso implica, ¿lo hago porque aprendí de él y quiero, de ahí en más, vivir con una mirada más abierta? ¿O estoy negando lo que me trajo hasta el hoy y no puedo aceptarlo?

Para que soltar nos libere, primero necesitamos conocer lo que estamos dejando ir. Tomarlo, aceptarlo tal como es y luego decidir si lo despedimos o no. Soltar sin tomar antes aquello que dejamos ir es como querer exhalar sin haber inspirado antes: a la larga nos terminaremos ahogando en nuestra propia respiración.

El trabajo de dejar ir es comprometido. Requiere conciencia y lucidez para dar un paso al costado de lo que de manera sutil o explícita, a la corta o a la larga, nos intoxica: aferrarnos a creencias y conceptos sobre nosotros mismos y sobre el mundo, quedar rehenes de un pasado que nos victimiza o nos invita a vestir personajes que tienen muy poca, o ninguna, relación con quienes somos hoy, enquistarnos en nuestras propias rigideces.

No es necesariamente “soltar” algo del afuera lo que nos hace evolucionar. Lo que nos habilita a crecer es entregar nuestros bloqueos, nuestros juicios, nuestro control y nuestras resistencias. El compromiso es confiar. Permitir a los hechos que nos muestren quiénes somos. Poder entregarnos al trabajo que emprendamos con mayor humildad, mayor lucidez, mayor compasión.

En este camino sí vale la pena soltar toda expectativa para abrirnos a lo que aparezca. Lo que surge es un yo más honesto, más en sintonía con lo mejor de mí. Un ser más coherente entre el pensar y el sentir, entre lo que se imagina y lo que hace. Como actitud, el soltar nos lleva a conocernos más en profundidad y despierta no sólo la intuición sino también la capacidad de escucharla. Escuchar a quien, en definitiva, habita dentro de cada uno de nosotros.


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