Hace unos días comienzo a ver cientos de fotos esparcidas por las redes con imágenes comparativas, no sabía de qué se trataba hasta que entendí que era un desafío propuesto por Instagram y esparcido rápidamente por Facebook, Twitter y el resto de las redes. “#10yearchallenge”. Leí comentarios advirtiendo sobre la posibilidad de que esta movida escondiera un algoritmo de reconocimiento facial que podría recolectar datos para las grandes empresas, que van armando sus bases infinitas de nichos –por edad- de consumidores, electores, viajeros, sibaritas, etc. Imaginé que, sin darnos cuenta, estamos facilitando la captura de todas nuestras costumbres y gustos para alimentar el armado de la matrix que nos pide a gritos que sigamos sosteniendo este culto a la imagen, a la juventud y al consumismo.
Por un momento me preocupé. El paso del tiempo se juzga por la imagen. El halago más frecuente que leí en las redes y que más se agradece es: “estás igual”. En muchos casos: “estás mejor que hace diez años!” Intento ver el “vaso medio lleno” y pienso: hoy es el día en que más joven seré de toda mi vida! y seguramente si este desafío se repite en el 2029 me veré muy jovial y bella hoy. Fui al espejo, me miré con esos ojos del futuro que me ayudan a verme joven hoy. Me alivió parte de la preocupación…
Hay algo más profundo que no me terminaba de cerrar. ¿Cuál es el verdadero desafío? ¿Qué me interesa que pase a lo largo del tiempo? Está claro que lo que NO queremos que pase es que se nos noten los años. Pero, ¿Qué SI quiero que me pase? Nos dejamos llevar y se viralizó la propuesta dándole valor absoluto a la apariencia. Cumplimos la propuesta de “la matrix” que se alimenta de algoritmos. Y mientras que millones de personas muestran su cuidada imagen a traves del tiempo, la OMS advierte sobre un incremento de la depresión de más del 18% en diez años a la vez que la ansiedad -relacionado con la depresión- aumentó un 15 por ciento en ese lapso. Es muy razonable. Una sensación que define la depresión es la brecha entre lo que anhelamos y lo que tenemos o sentimos ser. Y en el caso de la ansiedad es la brecha entre una sensación amenzante y los recursos con los que contamos para afrontarla. Y este desafío prueba que estamos intentando sostener algo insostenible: la imagen y la apariencia; que sólo alimentan al narcicismo.
Pero la verdadera autoestima no se alimenta de la imagen. Alguien con sana autoestima posee más herramientas para no deprimirse. Porque la depresión implica anhelar algo muy lejano del sí mismo. Centrados en nosotros y no en las exigencias de la sociedad canibal, nos entregamos a transitar la vida a la vez que vamos alimentando recursos para afrontar los cambios que indefectiblemente trae.
Si nos enorgullecemos cuando nos dicen que no hemos cambiado nada, es una búsqueda frustrante… Que este reto al que fuimos llevados por las redes nos sirva para preguntarnos ¿qué queremos cambiar en estos próximos diez años? ¿lo que hacemos hoy, nos lleva a lo que aspiramos “ser” dentro de unos años? ¿qué es lo que me hace bien, lo que alimenta mi alegría de vivir? ¿ qué quiero profundizar en mí mientras acepto que el paso del tiempo me hace perder juventud y me ofrece ganar sabiduría? No aceptar esto es ir contra la corriente de la vida. Honrar la vida no es necesariamente honrar un “estás igual” ni permanecer ni perdurar (recordando la canión de Sandra Mianocich) Honrar la vida es lo que hagamos hoy que nos lleve a un mañana más en sintonía con lo que anhelamos ser.