Estamos globalizados a través de la tecnología. Somos individuos cada vez más atraidos -y a la vez domesticados- por lo que la tecnología nos propone. El presente nos ofrece esta herramienta y ya es impensable un futuro sin ella. Los avances científicos son exponenciales –como en ningún otro momento de la historia- y no dan tiempo a acompañarlos de la ética necesaria, que requiere un tiempo pausado y un espacio de pensamiento filosófico. Como cualquier herramienta, puede ayudarnos a una humanidad más humana o a profundizar en los abismos a que somos impelidos: la desnutrición, el individualismo salvaje, la violencia y el capitalismo suicida. Me pregunto: ¿Hacia dónde vamos? Según plantea el antropólogo francés Marc Augé en El porvenir de los terrícolas “Nos encaminamos hacia un planeta con tres clases sociales: los poderosos, los consumidores y los excluidos”
Es el momento histórico para repensar el tema.
Cuando leo el lunes las instrucciones de Donald Trump para priorizar la investigación de las tecnologías y de la inteligenica artificial -que los expertos opinan que será crucial para el manejo de la economía e incluso de las guerras en el futuro-. entiendo que la iniciativa es una respuesta al miedo a perder la carrera con China y otros países que invierten en el tema.
Por otro lado y de manera esperanzadora, cientos de jóvenes estudiantes e investigadores abordan esta herramienta para ser encausada hacia la búsqueda del bienestar individual y colectivo.
Pero, ¿quién elige invertir en ellos si no tiene rédito económico? Equiparo la industria tecnológica a la farmacéutica: enormes y potentes medios para apaciguar el dolor y aliviar el sufrimiento pero guiados por la la codicia, la economìa y el poder. Lo que el mundo necesita es aliviar el sufrimiento. Bien lejos de lo que parecen apuntar las inversiones de las potencias respecto a ambos temas.
La mayoría de nosotros no podemos controlar nada de esto. Nos queda que, como individuos, seamos concientes de nuestra inversión diaria de energia, pensamiento y acción. Eso sí que podemos y es necesario. Hacernos cargo de nuestro poder individual para no elegir nadar a favor de la corriente a cualquier costo.
¿Cuál es nuestro norte? ¿Hacia dónde vamos? Desde ahí consumamos lo que nos acerca y apunta en esa dirección. No seamos pasivos, No nademos en aguas turbias tecnológicas ni invirtamos en lo que nos lleva a un poder inconducente. Está en nuestras manos qué consumimos y en qué invertimos para hacernos poderosos en el área que queramos desarrollarnos –o que favorezcamos a otros en su desarrollo- y excluyamos la posibilidad de que nos domestique aquello que nos hace pobres emocionales y nos ahoga en mares de sufrimiento.