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Dar para Vivir Plenamente

¿Cuál es la diferencia entre el Cielo y el Infierno? Preguntó intrigado un discípulo a su maestro.

- Aunque no lo creas, es muy sutil y pequeña -respondió- y le dijo que él mismo se la mostraría. Así fue que lo invitó a abrir la puerta de una gran habitación donde se veía a un tumulto de gente famélica y débil, al punto de delirar de dolor y sufrimiento. Rodeaban todos una mesa con una olla que ofrecía un exquisito aroma a deliciosa comida. Había alimento suficiente pero nadie podía acercarse porque cada uno tenía atadas a sus brazos unas larguísimas cucharas que, por su longitud, no conseguían llevárselas a la boca. A punto de morir, sufrían un hambre eterna. El maestro lo miró y le indicó que eso era el Infierno. Al cerrar la puerta de aquel lugar, lo invitó a abrir la siguiente: la misma cantidad de hombres rodeando una mesa igual; en este caso se los notaba alegres y llenos de vitalidad. Había también una gran olla que olía similar. Ellos tampoco podían llevarse la comida a la boca porque también tenían larguísimas cucharas; sólo que en este lugar, se alimentaban mutuamente y así lograban todos y cada uno disfrutar del delicioso manjar, compartían la alegría del dar y recibir intuyendo que era la única manera de vivir una vida plena. No había duda que el discípulo entendió sin agregar palabras que ESO era el Cielo.

Esta conocida historia se da también en lo cotidiano, en el constante círculo de recibir cuanto damos. Y no porque tengamos que “dar para recibir” sino porque, el solo hecho de dar, nos conecta con la alegría de despegarnos de nuestros propios problemas y buscar algo más allá de nosotros mismos. Cuando estamos ensimismados buscando un sentido a nuestra vida o mirándonos demasiado intentando, en el mejor de los casos, sesudas reflexiones o una profunda introspección, nos perdemos el “conectar” con el otro, algo que es inherente a nuestra esencia. Porque somos en el mundo y con el mundo. Ese momento, en el que notamos que nos estamos mirando demasiado el ombligo, es el instante que nos debe servir de alerta y nos debe invitar a actuar: a tomar la “cuchara” para alimentar a alguien y, de esa manera, saciarnos y mantener la alegría de nuestro entorno. No hay mejor antídoto para la tristeza que imaginar lo que podemos hacer por el otro. Incluso hay grupos terapéuticos que impulsan a los pacientes con depresión leve a ayudar, por ejemplo en diferentes instituciones, como recurso para estimular la autoestima (el sentirse necesarios es básico a la hora de la valoración personal).

Para Víctor Frankl (psiquiatra austríaco nacido en 1905) el sentido de la vida está siempre asociado a una situación concreta y dado por la posibilidad que tenemos de salir de nosotros mismos hacia lo que el mundo nos demanda.

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Implicaría ponernos a pensar qué podemos hacer nosotros por los demás y no tanto qué hacen ellos por nosotros. Cambiar las expectativas hacia los demás y las demandas hacia la vida por escuchar las necesidades de los otros y ver qué están necesitando. En definitiva, como en el cielo y el inferno donde todos necesitaban alimentarse, en lo cotidiano todos necesitamos lo mismo: que nos quieran, nos valoren, nos respeten, nos traten bien… Y como en la historia del maestro y su discípulo, dejar de mirarnos y levantar la mirada para ver al otro, hará la diferencia.


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