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El Estrés nuestro de cada día

“Son las 8.30, ya tendría que estar en la oficina”; “Apenas llegue a casa tengo que leer el informe para mañana”; “Ya son las 5 de la tarde y todavía tengo que pasar a buscar a mi hijo por entrenamiento, hacer las compras y dejar los estudios en el cardiólogo”; “El día no me alcanza”… Frases compartidas por muchos de nosotros. Es que vivimos a las corridas. No sabemos bien para qué pero casi siempre estamos apurados. Se ve a diario la actitud de la gente en la calle, en el supermercado, en las oficinas, se escucha en las bocinas y en la manera de vivir. Es un mal de época, al menos en nuestra sociedad occidental. Miles de estímulos por minuto, en la TV, el celular, el mail, el trabajo, la casa, las necesidad de seguir los cánones de una sociedad que nos demanda cada vez más y no nos da tiempo a preguntarnos si de verdad vale la pena el esfuerzo de “cumplir” con todo; la cantidad sideral de datos por absorber, que en pocas horas quedan obsoletos y debemos saber otros… Y el resultado está a la vista: el alza anual del consumo de ansiolíticos y la tendencia creciente de enfermedades y trastornos provocados por el estrés.

Con la evidencia de estos datos está claro que el estrés dejó de ser algo funcional para convertirse en un llamado de atención. Si lo pensamos como su definición lo indica; la activación fisiológica para responder a un estímulo, cumpliría una función adaptativa y, por lo tanto, sería correcto. Pero cuando la reacción fisiológica no corresponde a la situación y comenzamos, por ejemplo, con síntomas como temblores, aceleración cardíaca o sudoración, respiración entrecortada o nos sube la presión, debemos prestar especial atención, escuchar a nuestro cuerpo y actuar en consecuencia. Porque cuando se intenta negar que existe o cuando no es tratada, la ansiedad desmedida puede convertirse en alienación, en violencia (hacia los demás o hacia uno mismo), en desesperanza o en depresión y estos síntomas nos harán tomar atajos nada saludables para nuestra integridad física y mental.

Teniendo en cuenta que el estrés es el resultado de una situación vivida por el sujeto y percibida según sus creencias y los recursos que tiene esa persona para afrontarla; es oportuno verificar si nuestra mirada sobre la realidad y sobre nuestras propias capacidades es la correcta.

Cuando una situación externa nos resulta estresante y respondemos con ansiedad, es porque la demanda es demasiado alta o porque nos percibimos incapaces de responder ante ella. “Sólo cuando nos enfrentamos a la verdadera fuente de nuestra ansiedad podemos hallar la fuente de la serenidad y el júbilo” dice Robert Gerzon en su libro Encontrar la serenidad en la era de la ansiedad y sugiere tomar a la ansiedad como el camino oculto para alcanzar la paz interior. Más allá de cada caso particular, una buena idea es preguntarnos cómo nos sentimos con nuestras exigencias diarias y si estamos en condiciones de afrontarlas de acuerdo a nuestras capacidades. Si sentimos que algo en nuestra vida está haciendo demasiado “ruido” y que nos desestabiliza, entonces es hora de trabajar nuestras ansiedades y buscar el abordaje que nos haga ver con más claridad que el día siempre alcanza, la historia es elegir y descartar con lucidez entre la multiplicidad de cuestiones y de acuerdo a nuestras posibilidades.

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