Adolece, que no es poco
Y además de todo esto, los adultos no solemos ayudarlos. Por el contrario; es común que nos centremos en nosotros mismos y, en lugar de acompañarlos y mantener el equilibrio emocional ante sus “revoluciones”, nos lamentemos por lo que nuestro hijo está dejando de ser y en lo que se está convirtiendo. No sólo eso; si no que estos chicos -que según la OMS tienen entre 13 a los 19 años- desde niños vienen escuchando lo tremendo que son los adolescentes, entre otras cosas irresponsables, inmaduros, temerarios, problemáticos, con conductas de riesgo y promiscuidad, relacionados incluso con el alcohol y las drogas. Y acá cabe mencionar al filósofo español José Antonio Marina, quien trata el tema de la educación y la adolescencia. Dice que en muchos casos el niño va creciendo con este discurso del adulto y termina dándose lo que se llama una profecía auto cumplida. Finalmente, ante tanto escuchar lo que se espera de ellos, cumplen las expectativas.
La idea que resalto de Marina y de quienes piensan como él es que nosotros como educadores –ya sea desde el rol de padres o docentes- cambiemos el discurso reiterado y podamos ver y destacar la otra parte del adolescente. Iluminar las potencialidades en lugar de sus problemas. La pasión, la intrepidez, el deseo de justicia y la capacidad de jugarse por lo que quieren pueden hacer de esta etapa algo valiosísimo para ellos mismos y para el mundo. El ejemplo de Malala, premio Nobel de la Paz a los 16 años o de Alan Pichot, el adolescente que, oriundo de Almagro, llegó hace unos meses a ser campeón mundial de ajedrez; son faros que nos invitan a confiar en que esto es posible. Que puedan mirarse hacia adentro para escucharse libres y encuentren quiénes son, sin que los convenzamos de que son un problema.