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El valor de la humildad


El domingo pasado el Papa Francisco invitó a los 65000 fieles que lo escuchaban personalmente en la Plaza San Pedro, “a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad". Fue una ceremonia donde, además de fieles de todo el mundo, contó con la presencia de cardenales y obispos. Ojalá se hayan “escuchado” las palabras de este hombre que, más allá de representar a una religión determinada, está decidido a expandir su mensaje de paz trascendiendo el catolicismo, con la intención de humanizar un mundo regido por dogmas que nos aprisionan y nos separan cada vez más y sumido en un vacío de valores que nada tiene que ver con lo religioso, pero sí con lo espiritual.

De un lado estarían la soberbia, la arrogancia, la vanidad y el orgullo que pueden ayudarnos a la hora de sentirnos “los mejores” o a creer que NUESTRA forma de ver la vida es LA forma que tiene la vida. En una competencia descarnada y cuando buscamos tener un poder despiadado sólo para ser dueños de la “manija”, estos serían recursos adecuados. Claro que esta estrategia demanda una tremenda energía para mantenernos cerrados al otro e impermeables a los demás , porque creerse mejor que el resto hace que finjamos ser alguien que no somos y nos obliga a crear un personaje que termina siendo familiar por la fuerza del acostumbramiento pero, finalmente, es ajeno a lo que de verdad somos.

El Papa en cambio llama a seguir el camino de la humildad. Sería la contracara de lo anterior, cultivar una actitud en la que la persona no habla de sí misma sino a través de sus logros, de sus acciones, de su manera de ejercer lo que esta vida le propone. Y también podríamos llamarla una estrategia, pero ésta no sólo que demanda menos energía sino que tiene efectos terapéuticos: no hay nada que sostener, ningún personaje que inventarnos… Llevaría además a un mayor bienestar emocional. El bienestar que proviene de dejar de fingir lo que no somos, de aceptar nuestras limitaciones, de sabernos falibles y de aceptar a los demás en una actitud abierta que amplía nuestros horizontes. De las palabras de Francisco más adelante y en el mismo sermón, se entiende que los fieles no deberían luchar por alcanzar el poder y el éxito, ni deberían priorizar hacerse ver y ser reconocidos sino obrar de manera humilde a través de su obra. Y esto, que en algún momento del pasado podría haberse escuchado como un mandato, un deber ser al que nos sometiera la Iglesia, hoy puede ser escuchado como liberador, como la invitación a relajarnos para poder hacer mejor lo que cada uno viene a hacer. Una vez escuché decir a un amigo “el poder hay que tenerlo pero no usarlo” y confieso que recién hoy le doy significado: no se trata de ser gorriones si somos pavos reales ni corderos si somos leones. Ni de huir como una liebre si somos tortugas. Se trata de que cada quien de lo mejor de sí mismo en busca del bien común (¿hay bien si no es común?) mostrándose cuando se necesita ser vistos –como hace el mismo Francisco- pero siempre con la intención de construirnos y construir una sociedad mejor.


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