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Que el árbol no tape el bosque


¿A qué me refiero con “árboles” que tapan el bosque? A las razas, las religiones, las ideologías y a cualquier atributo que provenga de creencias, de separaciones que logran que, antes de conocer el accionar del otro, nos haga juzgarlo por determinada creencia que, como toda creencia, siempre es limitante. Por eso me dio gusto leer el lunes en este mismo medio una noticia en la que el Dalai Lama se aggiorna para crear un sitio que ayude a alcanzar la paz interior. Como premisa del mismo, pidió que la religión no esté envuelta, de manera que todos puedan aprovecharlo para aprender a sacar el lado bueno de cada persona. Y si… si pudiéramos prescindir de las ideas que nos hacen creer que estamos “de un lado o del otro”, podríamos ver a las personas en su estado más puro, despojado de juicios y sólo juzgar las acciones de los demás de acuerdo a si hacen bien o dañan. Punto.

Un ejemplo claro que escucho en mi área –la psicología- es que cada profesional defiende su abordaje por encima del resto. Así, puede criticar al psicoanálisis o defender la terapia gestalt, sistémica o cognitiva, o cualqueir otro de los muchas que existen. Cada uno concibe lo suyo como lo mejor y, peor que eso, cada uno cree que el otro no es el correcto. Y hay estudios que indican, en este caso puntual, que el tipo de abordaje no es lo más importante en la ayuda al paciente sino, mayor impacto tiene la transferencia y el vínculo que se da entre psicoterapeuta y consultante; así como las intenciones e idoneidad del profesional y la disposición del paciente.

Entiendo que en todas las profesiones y oficios pasa algo similar. Mucho más importante que a qué corriente adscribe es qué tipo de persona es y qué intenciones tiene. Sin ir más lejos, hace tiempo he llegado a escuchar, por ejemplo, juzgar la obra de un poeta por su ideología política. Recuerdo también una frase que me quedó grabada en una conversación de café: “no estoy de acuerdo que hayan tomado en el colegio a ese profesor, ese tipo es homosexual”; una barbaridad que muestra lo absurdo de medir con varas ridículas la idoneidad de alguien.

Pasa en todos los aspectos. También en la política. En un mundo convulsionado y probablemente en las puertas de un cambio profundo y en el que nos vemos sorprendidos por una falta de valores y donde, a fuerza de prueba y error se balancean los gobiernos entre “los unos y los otros”, no es bueno quedarse pegado a las ideologías. Deberíamos sacarnos todo el maquillaje de nuestros juicios preconcebidos para poder mirar con la visión aguda que va directo a lo importante. Y como sociedad auditar continuamente, sea quien sea que nos gobierne, la honestidad, las intenciones, la búsqueda de justicia, el fomentar la igualdad de oportunidades, la inversión en educación y salud, la convicción de avanzar hacia un mismo lado, el lado en que nadie robe y todos podamos estar cada día mejor. Sobre todo los que más lo necesitan.

Dejemos de ver qué tipo de árbol es cada uno. Hagamos de cada bosque –nuestra casa, nuestra escuela, nuestro lugar de trabajo o nuestro país- un lugar habitable y que nos de cada vez más frutos.


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