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Evolucionar incomoda


El Rabino Abraham Twerski, psiquiatra norteamericano experto en adicciones, hace una interesante comparación entre el crecimiento de las langostas y nuestras posibilidades de expansión como personas. Porque, ¿Cómo crecen las langostas teniendo un caparazón tan duro y rígido que las protege de depredadores? Su coraza no se expande, de manera que las limita a la hora de crecer; pero el hecho de sentirse incómodas, las lleva a apartarse durante un tiempo para emprender el proceso de despojarse de su caparazón, cambiarlo por uno más grande y así poder expandirse. A lo largo de su vida, para seguir creciendo, tendrá que pasar por este proceso nuevamente, tantas veces como sea necesario. Según la mirada de Twerski, si las langostas fueran al psiquiatra, nunca crecerían. Porque en cuanto sintieran incomodidad irían al doctor, éste las medicaría para volver a sentirse bien y nunca se desprenderían de su caparazón para crecer.

Partiendo de esta asombrosa metáfora y tomando los trastornos o la incomodidad psicológica como una necesidad de adaptarse a una realidad que percibimos amenazante (depredadora) o perturbadora, podemos decir que la depresión, el insomnio, la fobia, la ansiedad, la violencia, el estrés patológico, etc. son reacciones ante algo que nos atemoriza o inquieta. Y, aunque estas reacciones nos enferman y nos alejan del estado de bienestar, son las únicas que nuestra psique se siente capaz de poner en marcha. Es evidente que todos querríamos modificar nuestra sensación al sentirnos atrapados por nuestras emociones negativas o pensamientos recurrentes que no nos dejan vivir en paz. Claro está que si pudiéramos activar el mecanismo de la langosta, lo haríamos. Y es aquí que encontramos uno de los obstáculos que suele ser común a cualquier trastorno: la rigidez. La falta de flexibilidad para el cambio, para abrir la mente, “ablandar” nuestros dogmas y creencias, para entregarnos a situaciones nuevas de manera creativa, para intentar nuevas respuestas, para ponernos en el lugar del otro hacen que no seamos capaces de gestionar las emociones en nuestro beneficio

¿Qué podríamos hacer? Mucho. Avalados por los avances científicos en neurociencias que no dejan duda de la capacidad cerebral para la neuro plasticidad, podemos confiar en que somos capaces de emprender el trabajo de la langosta y soltar corazas para expandirnos y crecer. Tomar nuestros estados emocionales como señales que nos inviten a escuchar qué tenemos que cambiar. Y convencernos de que según cómo gestionamos nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras conductas terminamos creando nuestro mundo emocional.

Dos palabras fundamentales del párrafo anterior son la confianza y la convicción. Confiar en que vale la pena y convencernos de que seremos capaces de. Utilizamos un mínimo porcentaje de nuestro cerebro y de nuestra capacidad. La vastedad de la mente puede alojar nuevas conexiones, nuevas miradas, nuevos planteos y replanteos. Claro que, una vez que confiemos en que esto es posible, tenemos que animarnos y decidir tomarnos un tiempo para lograrlo, como la langosta. Recorrer el camino de “flexibilizarnos” nos llevará sin dudas a expandir nuestra capacidad de “ser” con todo nuestro potencial pero, para eso, nos asomamos al vértigo de abandonar la creencia que lo que sentimos es LA verdad y apartarnos de las justificaciones que nos damos para quedarnos estáticamente rumiando en nuestro mundo estrecho y conocido.

Usemos la incomodidad de las emociones que nos perturban como invitación al crecimiento, con conciencia que es un tiempo propicio para dedicarnos a cambiar lo que nos daña y ponerlo a disposición de nuestra evolución personal.


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