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Gabriela Zaragoza

Eso llamado ecuanimidad


Sabemos que nuestro bienestar depende de las emociones que sintamos a cada momento. Por lo tanto la propuesta para sentirnos bien sería cultivar las emociones que nos hacen bien.

Y, basándome en las enseñanzas de Juan Manzanera, psicólogo español y profesor de meditación, la armonía y la ecuanimidad son indispensables para este trabajo.

Sentir armonía es sentir altruismo y lograr centrarse en ver lo que comparto con el otro, en lugar de centrarse en lo que nos diferencia. Desde una mirada egoísta, buscamos del otro lo que nos puede dar, lo que podemos conseguir, rígidos en nuestras propias expectativas y defensas. En cambio, lograr ver lo que nos iguala, nos desarrolla nuestra parte comunitaria y cooperativa.

¿Qué es lo que nos hace vernos diferentes y separados? La inmadurez. Cuando somos bebés, el otro no existe. El otro -mi madre, por ejemplo- sólo existe si me alimenta, si me da cariño, si me atiende. Siendo bebés o niños, el vínculo con la madre y demás referentes se rige por pura necesidad. Más allá de mí, no sé quién es mi madre. No sé lo qué siente. No sé lo que le preocupa. No sé nada de ella. Sólo sé si me da de comer o no, si me abriga o no, si me cuida o no. Todos comenzamos así nuestra vida, en ese nivel de necesidad egocéntrica. Completamente egoístas. A medida que vamos creciendo podemos empezar a VER al otro, ver quién es la otra persona, esa es la verdadera evolución.

Sentir ecuanimidad es poder ver más allá de mi deseo. Poder empezar a darme cuenta que también el otro necesita, como yo. Eso que demando a los demás, también el otro lo demanda. Puedo entender que también el otro tiene sus miedos, sus deseos, sus expectativas y planes, su sufrimiento. Y así empezamos a sintonizar aquello en lo que todos nos igualamos. Porque todos buscamos en esencia lo mismo: que nos valoren, nos quieran, dejar los miedos y animarnos a ser felices… Y, aunque a veces la vida es un sinnúmero de errores que nos alejan de lo que buscamos, esencialmente la búsqueda es esa. Esta capacidad de empatía y sentirnos como especie en la misma búsqueda es lo que nos lleva al salto en nuestra evolución.

Ese crecimiento del individuo desde que es bebé hasta que puede mirar al otro y comprenderlo es el que necesitamos para desarrollarnos como persona. Y es la evolución que todo sistema social necesita. Porque si sólo le doy importancia a MIS creencias y necesidades, mis visiones políticas, religiosas o filosóficas; entro en una REGRESIÓN y dejo de ver al otro. Y sólo me importa lo que yo creo y siento. Vuelvo a un “Estado Infantil”. Esto ocurre a nivel individual y social. Y entonces es cuando tenemos que volver a CULTIVAR LA ECUANIMIDAD, para no caer en una regresión, tan dañina en la relación con los demás.

No se trata de justificar nada, es intentar ver con mayor sensibilidad. Y desde ahí cambiar mi relación con los demás y mi mirada del mundo. Sólo después de sentir al otro, busco la solución y resuelvo cada problema. E intento ver cómo relacionarme con esta persona que es tan egocéntrica. Sólo después. Si no lo hago desde la ecuanimidad, es muy difícil que el encuentre la solución.

Una pregunta adecuada, cuando estoy frente a alguien muy dañino, es :

¿Qué experiencias y condicionamientos, qué familia, qué padres, qué enfermedades, qué situación social habrá tenido que vivir para no haber evolucionado y seguir en ese estado de regresión? Mirar con esa humildad y humanidad en relación con el otro me sitúa con serenidad allí donde la mente es mucho más clara. Esa es la cuestión, tener más claridad para ver y desde allí sentir mayor bienestar e intentar cambiar las condiciones y nuestra relación con el mundo.


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