Estoy esperando en la puerta del cine a una amiga. Sé que es impuntual. No es la primera vez que llega tarde. Lo hizo nuevamente. Entramos ya con la película empezada. Me callo, no quiero que se enoje. Guardo mi malestar, que es tanto, que no puedo concentrarme en la película durante varios largos minutos. Transcurrido aproximadamente un cuarto de la película se me va pasando la bronca. Al terminar podemos ir a cenar y hablamos de otros temas.
Estoy esperando en la puerta del cine a una amiga. Sé que es impuntual. No es la primera vez que llega tarde. Lo hizo nuevamente. Si entráramos ahora sería ya con la película empezada. La bronca que fui juntando me hace explotar. Le hecho en cara de mal modo que debería haberme enviado un mensaje avisando su demora y aprovecho para pasarle “facturas” de lo que yo creo que ella no respeta. El enojo me lleva a decirle que no quiero quedar más en ir al cine con ella porque no soporto su impuntualidad.
Dos actitudes diferentes ante la misma circunstancia. En la primera, junto la bronca y callo por temor a perder la amistad. En la segunda, la ira acumulada me hace agredirla y quedarme sin programa. Y con la relación quebrada. Tanto la actitud pasiva del primer caso como la agresiva del segundo me dejan un sabor amargo.
Hay una tercera posibilidad: actuar con asertividad. Comunicar con calma y eficazmente lo que sentimos; reconociendo nuestros derechos, dando nuestro punto de vista y respetando al otro. Una comunicación que demuestra habilidades sociales y es madura suele ser asertiva: no agrede ni se calla. Es el equilibrio que permite exponer lo que pensamos, debatir, abrirnos a la opinión del otro y dejar en claro la nuestra. No necesariamente significa tener razón. Es una manera de comportarnos y expresarnos. En el ejemplo anterior podría haber sido:
Si ya sabemos de su impuntualidad, aclarar de antemano que entraremos al cine y guardaremos su butaca para que llegue a su ritmo, pero sin hacer que yo pierda el principio de la película.
Si llega tarde, exponer con calma lo que me molesta haberme perdido ver la película y pedirle que la próxima vez me avise de su retraso. Ir a cenar y disfruar la comida.
La asertividad se sostiene en dos patas. Una, el animarse a decir lo que sentimos y pensamos. La otra, decirlo con amabilidad para no ofender ni poner al otro en situación de “tener que defenderse”. No es un ataque, es abrir con flexibilidad el diálogo. Es decir lo que creemos y sentimos. En esto, aparentemente tan sencillo, reside la comunicación eficaz y asertiva. Sin duda, nos lleva a una vida más placentera y a mayor bienestar. Claro que requiere práctica. Como toda conducta equilibrada: nos demanda estar centrados, nos invita a ir por el camino “del medio” –recordemos que meditación viene de encontrar nuestro centro, el término medio-. Hay estilos de personalidad a quienes les resulta más fácil. Sin embargo hay muchas causas que pueden entorpecer esta habilidad comunicacional: el miedo a ser rechazados al confrontar, la ansiedad que provoca decir lo que sentimos, etc.
Pero la buena noticia es que se puede aprender a ser asertivo. Trabajando la confianza en uno mismo, el sentirnos con derecho y merecedores de respeto, pudiendo poner límites, aprendiendo a pedir y a recibir, sabiendo transmitir nuestras necesidades, deseos y derechos. El camino de este aprendizaje no es más que el camino de encontrarnos, de reconocer nuestros derechos, de ser más coherentes con nosotros mismos y expresarnos de manera saludable para que podamos comunicarnos más libremente. Libre de silencios que oprimen y de agresiones que dañan.