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Gabriela Zaragoza

Camino a la vejez


A ser viejos no se aprende de viejos: nos venimos preparando toda la vida. Así que, si ya hemos logrado vivir más, ocupémonos entonces de vivir mejor.

Aunque la palabra asuste, aunque queramos evitarla y no nombrarla, en el mejor de los casos la vejez será el destino de todos. Y cada vez seremos viejos durante más tiempo. Porque ¿Cuán extensa será nuestra vida? La esperanza de vida se alarga en los países desarrollados acompañando los avances científicos que se empeñan en lograrlo. Pero el ciclo vital de un ser humano sigue siendo el mismo: infancia, adolescencia, juventud, adultez y vejez. Y solemos cambiar el nombre al último tramo –adulto mayor, segunda juventud, tercera edad-, pero eso es como esconder la cabeza cual avestruz. Llamarla de otro modo no hace que no exista: sólo hace que la neguemos y que alimentemos la representación social negativa sobre lo que es ser viejo, interfiriendo en el “buen envejecer”.

Lo esperable es vivir cada etapa en congruencia con lo que es y disfrutar lo que propone. Así como se espera que un niño sea niño y no robarle su infancia explotándolo laboralmente, sexualizándolo antes de tiempo u obligándolo a ocupar roles de adultos. Así también se espera que un viejo transite esta etapa con una conciencia de la vida más ampliada y pueda disfrutar de su pareja, sus amigos, su sexualidad, sus hobbies, su familia y su tiempo libre. Vale cuestionarnos entonces por qué, como sociedad, estamos vistiendo a los niños con marcas y estética de jóvenes y, al envejecer hacemos lo mismo. En lugar de habitar cada etapa. Quedamos entonces atrapados en cirugías estéticas para mantener una imagen jovial, pastillas y chips para mantener una sexualidad joven y potente. Una energía puesta en “resistir” más que en “acompañar”. Pero la vejez de ninguna manera es una etapa de involución –partiendo de la base de una esperanza de vida saludable- por el contrario, abre infinitas posibilidades de desarrollo, de conexión con lo trascendente y de crecimiento humano.

En la clínica se puede comprobar empíricamente que, atravesadas las etapas anteriores a conciencia y dándose tiempo para vivirlas de acuerdo a lo que la vida propone, abrazando y transitando los cambios de la vida y aceptando las limitaciones inevitables que nos presenta el paso del tiempo, se abre una conciencia de finitud capaz de hacerles seres más sabios. Cada etapa se caracteriza por una crisis psicosocial, y lo ideal es que la crisis en cada etapa sea resuelta en esa etapa y no la “tapemos” con adicciones o distracciones. Quienes así lo hacen, suelen ser personas que llegan a viejos con sensación de plenitud y dejan de postergar el verdadero disfrute: de la música, la lectura, el amor, la naturaleza, el encuentro con sí mismo, el arte o aquello que lo conmueve; que disfrutan de una sexualidad más amorosa y espiritual. En definitiva, haber aprendido a vivir cada etapa en sintonía con lo que es, permite llegar a una vejez más sabia.

Por el contrario, quien no ha sabido adaptarse a los cambios y aceptar el paso del tiempo; quien no ha logrado manejar las adversidades ni elaborado los dolores de la vida en los años anteriores, tampoco lo hará en la última etapa. No seremos diferentes personas, seremos “más” lo que hicimos de nosotros durante la vida.

De vez en cuando podemos imaginarnos a nosotros en el futuro siendo un viejo pleno y sabio que contempla y reflexiona sobre nuestra propia vida ¿Qué sugerencia le haríamos hoy a este que somos para convertirnos en ese sabio que queremos llegar a ser y que nos mira desde el futuro?


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