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Espiritualidad en Cuidados Paliativos

  • gabyzaragoza6
  • 21 oct
  • 7 Min. de lectura
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Equipo de Cuidados Paliativos del Hospital Pirovano. Encarnar la espiritualidad se basa en la presencia, la compasión y la capacidad de estar con el otro sin juzgarlo


Transcribo la charla, convocada por el equipo, en el marco del curso sobre Cuidados Paliativos durante el año 2025:

Que este encuentro sobre espiritualidad se de dentro de un hospital y que sea el Hospital Pirovano, donde aprendí tanto, tiene un gran simbolismo para mí. Porque el hospital es un lugar donde confluyen diferentes disciplinas en función de la ayuda y el servicio. Es un lugar donde esperamos que la espiritualidad fluya y circule la compasión. Y donde quienes se acercan, lo hacen en estado de fragilidad, miedo y vulnerabilidad. Mucho más cuando hablamos de Cuidados Paliativos, enfermedades crónicas y final de vida. Porque cuando el ser humano atraviesa un duelo, enfermedad, vejez o final de vida se siente más solo y vulnerable. Es justamente el momento en el que la conexión con otros actúa como un potente amortiguador. 

El dolor ante la fragilidad y la cercanía de la muerte no es sólo físico. Es también dolor emocional, psíquico, social y espiritual. Con presencia y compasión podemos ayudar a mitigar el sufrimiento que solemos agregar al propio dolor que trae la vida. Si no contactamos con la capacidad de sentir el dolor propio y ajeno, nunca podremos relacionarnos con otros de manera empática y ejercer la compasión. Por eso decimos que espiritualidad no es algo que se enseña; se practica, se vive, se comparte y, sobre todo, se despierta en el vínculo.

A veces el paciente se expresa y a veces no, según su personalidad y su reacción ante la crisis. Algunas de las ideas que suelen surgir frente a la enfermedad y la cercanía de la muerte son:

 “¿Por qué me pasa esto?” “Ya no soy quien era.” “¿Cómo voy a dejar a los que amo?” “¿Qué sentido tiene seguir así?”

Escuchar esas frases no resulta fácil. Muchas veces nuestras defensas psíquicas nos hacen disociarnos de tanta incertidumbre y dolor ajeno; que no deja de ser “dolor que se nos adelanta”, porque a todos nos espera en un futuro morir y, en el mejor de los casos, envejecer. Estas preguntas o necesidades del paciente no aparecen sólo ante el capellán o el psicólogo. Son palabras que pueden aparecer frente a cualquier integrante del equipo, el capellán, el psicólogo, el médico, la enfermera, el trabajador social. Lo que el paciente necesita no es una respuesta, sino presencia: alguien que no escape, que no tenga miedo, que se anime a no tener respuestas y  que no lo calme con frases hechas, sino que pueda simplemente estar. 

Cuando alguien está atravesando su fin de vida, no necesita que le enseñemos nada. Necesita sentir que su vida aún tiene sentido para algo o alguien. Necesita saberse mirado y digno hasta el final. Con segundos de presencia, con un contacto visual corto, con una mano sobre el hombro, se logra en muchos casos aliviar un dolor insoportable.

Por eso, acompañar espiritualmente puede ser simplemente mirar al ser humano que es y hay más allá de la enfermedad. Escuchar, o simplemente acompañarlo con unas respiraciones profundas o, según el tiempo y la disposición, preguntas como: “¿Qué te da paz hoy?” “¿Qué te gustaría dejar dicho o compartido?”

Lo espiritual se trata siempre de ayudar a aliviar el sufrimiento. En cada caso dependerá de  lo que se va presentando. Requiere disponibilidad y presencia para reconocer nuestros recursos y la necesidad del otro. Puede ser acompañar a poner en palabras o en hechos lo que todavía se ama, o a reconciliarse con lo que quedó pendiente. Acompañar espiritualmente es mirar al otro como un ser completo, no solo como un cuerpo que duele o una mente que sufre. … cada uno desde su lenguaje y sus tiempos puede tocar esa dimensión. 


Al rescate de la compasión y la humanidad


La antropóloga Margaret Mead (1901-1978) asociaba la compasión con el comienzo de la civilización. Para ella, un fémur quebrado y luego sanado en un hallazgo arqueológico era la prueba de que una persona se había quedado con el herido para alimentarlo y protegerlo, en lugar de abandonarlo. Para Mead, la civilización no se define por vasijas, herramientas o tecnología, sino por la solidaridad y la ayuda mutua. Aunque, sólo porque exista la compasión como parte de nuestra humanidad,  no significa que nos permitamos expresarla. Hay que alimentarla para permitir que nuestra naturaleza compasiva se exprese y desbloquee. Eso nos hace más humanos en beneficio nuestro y de los demás.


Esos huesos encontrados tienen más de 15.000 años de antigüedad. El enfoque nuevo se da gracias a que la ciencia se interesó en la presencia compasiva y, cuando la ciencia se involucra, se logran medir los beneficios o perjuicios de aquello que se investiga. Pareciera que, al probar científicamente algo, se convierte en real. No solo para una religión, una etnia o un grupo de personas, sino que es algo nuevo validado para el ser humano en general. Este es el aporte de los nuevos estudios de las universidades más influyentes.

Por ejemplo, en un trabajo de la Universidad de Stanford sobre el entrenamiento y cultivo de la compasión, encontraron que cuando un cuidador puede interactuar compasivamente con el paciente, los efectos fisiológicos incluyen:

  • Calmar el sistema de respuesta autónoma -el sistema de lucha o huida-

  • Bajar la intensidad del dolor percibido. 

  • Efectos en la presión sanguínea

  • Efectos sobre la curación del trauma 

  • Curación más rápida de heridas en general

No estamos hablando de efectos psicológicos que, por supuesto son fácilmente reconocibles, sino efectos fisiológicos medibles, como resultado de la experiencia de compasión de los cuidadores. 

Hay cientos de estudios y bibliografía al respecto, y hablando específicamente de salud, el libro "Compassionomics", escrito por los médicos Stephen Trzeciak y Anthony Mazzarelli, explora la evidencia científica de los beneficios de la atención compasiva en la medicina. El libro demuestra que la compasión tiene beneficios medibles para los pacientes, los profesionales de la salud y el sistema sanitario. 

Sabemos por nuestra experiencia que si logramos mantener un grado de paz mental, la curación y sanación será más rápida. Por contrapartida, un elevado nivel de agitación, nerviosismo y frustración, hace que resulte más difícil sanar. Ante la enfermedad y la proximidad de la muerte, aparecen el miedo y la ansiedad. A veces confundimos el miedo y la ansiedad, pero el miedo es más concreto, es más específico, hay un objeto: tengo miedo a la enfermedad. En ocasiones ese miedo ayuda, es útil porque nos hace gestionar la situación. Pero la ansiedad no suele tener una razón específica. Hay una  sensación de incertidumbre. Es principalmente el futuro lo que preocupa, lo desconocido. Se siente angustia. Este tipo de sensaciones, se calma con un acompañamiento compasivo que, en muchos casos, lleva incluso a la posibilidad de dejar de sufrir por lo que viene y poder reconciliarse con lo que fue. Todas las personas tenemos una capacidad compasiva, esa capacidad de llevar calma y presencia la tenemos todos y cada uno del equipo de paliativos. El contexto, la sociedad y la manera de vivir nos pone trabas para ejercerla. El piloto automático nos hace apartarnos de ella. Por eso hay que cultivarla como a un músculo. (así como hacemos ejercicio físico y cognitivo; también existe la práctica meditativa y espiritual)

Todos pudimos experimentar alguna vez que, siendo amables y compasivos, sentimos que el pecho se expande y nos sentimos bien. Hoy la ciencia lo valida y demuestra que algo beneficioso pasa también en el cerebro. Pareciera paradójico, porque estamos hablando de cuidar y atender el sufrimiento, uno esperaría que sea una experiencia más negativa que positiva. Sin embargo, nos sucede exactamente lo opuesto. Practicando compasión y presencia, nuestro mundo emocional y psíquico lo traduce como beneficioso y sanador también para nosotros.  

Cuando experimentamos un gesto de presencia, compasión o amabilidad de otra persona, sobre todo si es en un momento muy crítico de nuestra vida, lo recordamos con gratitud. Nos conmueve a un nivel muy profundo. Por otro lado, por ejemplo, a un niño que le duele el oído, le duele menos si la madre (o referente o cuidador) lo acaricia y atiende. A un niño que está desregulado emocionalmente, un abrazo es lo que más lo calma. O sea, desde la perspectiva de los receptores, el poder de la compasión no es controversial, es evidente. Lo que es menos evidente es el poder de la compasión sobre la persona que ofrece la compasión. Incluso a veces, desde el punto de vista cultural, se genera mucha resistencia. Uno puede pensar: si soy bueno esta persona va a aprovecharse de mí o va a depender demasiado de mí. Pero ahora la ciencia está demostrando que también para la persona que la ejerce, tiene enormes beneficios. Cuando alguien puede experimentar compasión por otra persona, es el primer  beneficiario. Porque en este caso la persona ha sido capaz de expresar su humanidad, ha tenido una conexión profunda con alguien y ha tenido gran apertura del corazón. Tres razones que traen enorme bienestar psicoespiritual.   


La compasión como solución al burnout en el equipo de paliativos:

Algo para destacar es que los Dres. Stephen Trzeciak y Anthony Mazzarelli dicen en su libro que la solución al problema del habitual burnout en medicina, también es el cultivo de la compasión entre los médicos, el equipo y los pacientes. Una de las condiciones que causan el burnout es la despersonalización. Porque es muy complicado y estresante lidiar con la humanidad del paciente, y mucho más frente a la muerte. Entonces, los convertimos en números para desconectar. Otro factor importante es el agotamiento emocional. Estar constantemente en un estado de empatía, atendiendo también a las familias, parece imposible.  Aunque culturalmente (al menos en cuidados paliativos) ya sabemos que la muerte no es un fracaso médico y acompañar a un buen morir es algo profundamente humano, es algo difícil de atravesar si no tenemos herramientas. Por supuesto, hay infinitas causas más que provocan burnout: institucionales, exigencias, contexto y demandas extremas. Pero justamente, ante la despersonalización y el agotamiento emocional, practicar activamente la espiritualidad y la compasión para cambiar la perspectiva en el trabajo, nos haría sentir mayor bienestar y mucho más en sintonía con lo que fue nuestra elección ante la profesión de ayuda que todos compartimos.


Bibliografía:

Así en la vida como en la muerte, Hugo Dopaso

Compassionomics, Stephen Trzeciak y Anthony Mazzarelli

Elegir la Compasión, 21 días, Juan Manzanera

El placer de Meditar, Juan Manzanera

Handbook of Supportive Oncology and Palliative Care, Christina Puchalski

Mirar el Sol, Irving Yalom

Quién muere, Stephen Levine

Sobre la muerte y los moribundos. Elisabeth Kubler Ross

Sugerencias: 

web del Juan Manzanera: https://www.escuelademeditacion.com/


 
 
 

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