“No te tomes nada personalmente” sugiere Don Miguel Ruiz, escritor mexicano, autor; entre otros libros, de Los cuatro acuerdos, un libro de la sabiduría tolteca. Puede parecer una frase para leer rápidamente y seguir de largo. Pero si nos detenemos a profundizar en el verdadero mensaje de esta sugerencia y fuéramos capaces de cumplirla, el mundo sería significativamente diferente. Es que si ante cada agresión o ante cada acción causada por otro que nos daña, antes de centrarnos en nosotros nos preguntamos: ¿qué será lo que hace que esta persona me agreda? ¿Qué estará pasando por la cabeza y el corazón del otro para necesitar hacerme daño? No se trata de pasar por alto la agresión, se trata de no contestar con violencia y alimentar el círculo. No se trata de no sentir el dolor por el daño que nos causaron, se trata de no responder contribuyendo a recrear el circuito dañino con el que nos han tratado. Y para esto hay que aprender a detenerse ante cada situación antes reaccionar instantáneamente. Si logramos hacerlo, podemos darnos cuenta de dos cosas. La primera es que cada agresión que nos tomamos como algo personal lo hacemos así porque confiamos y creemos en lo que nos dicen. Sin embargo, lo que nos dicen (como lo que nosotros decimos), tiene más que ver con las creencias de cada uno y la manera de concebir el mundo que con la realidad. Juzgamos y actuamos desde nuestra propia concepción del mundo, por lo que ningún juicio puede ser del todo verdadero ya que está siempre teñido por la propia historia. Nada podemos controlar nosotros sobre la manera de ser del otro y sus patrones de acción. Por otra parte, tomarnos las críticas o la agresión de alguien como algo personal implica que nos identificamos con lo que escuchamos. Un ejemplo tonto pero ilustrativo sería, por ejemplo, si alguien nos dice “qué feos rulos tenés” y nuestro cabello es lacio; no sólo daremos poca importancia al comentario; sino que, probablemente, nos compadeceremos de la visión distorsionada de quien nos hizo ese comentario. ¿Vale la pena entonces enojarnos y explicarle que nuestro pelo no es rizado? ¿O convendría ver porqué nos identificamos con la agresión del otro que ni siquiera es cierta? Nuestro trabajo consistiría en no “contra atacar” sino en vernos a nosotros mismos y descubrir qué hace que nos identifiquemos con lo que el otro afirma. En este ejemplo es muy fácil darse cuenta de lo ridículo del comentario pero en lo cotidiano, nuestro trabajo de des-identificarnos con la mirada del otro para ver quiénes somos es más comprometido; es mucho más difícil cuando alguien nos desvaloriza o nos interpela cuestiones abstractas o personales. El camino de desenmarañar el ovillo y despejar que lo que dice el otro habla de SU mirada y que lo que honestamente creo de MI es lo verdaderamente importante, es más trabajoso. Pero vale la pena! Tengámoslo en cuenta. A menudo nuestra reacción suele ser tan rápida y visceral que, ante la violencia respondemos con violencia; ante la agresión con agresión; ante el odio con más odio. Es una tendencia casi natural a pagar con la misma moneda. Pero, como dice la frase atribuida a Gandhi, “ojo por ojo y el mundo se quedará ciego”. Un gran desafío sería proponernos romper nuestra propia inercia e intentar un cambio. Aprenderíamos más de nosotros mismos y de los otros y el cambio se proyectaría rápidamente a nuestro entorno.