“Si algo te sale mal, ¡el fracaso es culpar a otros!” afirma el psicoterapeuta español Juan Manuel Opi, autor del libro La inteligencia inteligente que, según él, es la que conduce a la felicidad.
Y cada vez hay menos dudas que el cambio posible para lograr mayor bienestar en nuestra vida –léase en nuestro entorno social, laboral y familiar- está en uno mismo. Intentar cambiar al otro –individuo, empresa o cultura- es hoy impensable sin estar dispuesto e involucrado y “ser parte” de ese cambio.
Y, aunque parezca paradójico, para lograr cambiar algo primero hay que aceptar el estado actual. Aceptar es correrse de la queja, no oponernos intentando destruir lo actual y ampliar el horizonte de nuestra visión para ser capaces de sentir que aprender de los errores es el gran recurso. El desafío es tomar el estado actual como la gran enseñanza en lugar de situarnos en víctimas de una situación limitante. Esta manera de reconocer la realidad como maestra, nos da confianza para sentirnos parte de un posible proceso de transformación.
Carolyn Taylor en su libro La Cultura del Ejemplo, explica que muchos CEO fracasan al querer cambiar la cultura de la organización por una falta de disposición para comprender que uno es parte del problema además de ser parte de la solución. Esto es lo que hacemos cuando como observadores creemos que hay manera de salirnos, de no ser parte. Ubicándonos como espectadores y criticando el problema desde afuera del tablero, podemos lograr sólo cambios aparentes fruto de un verticalismo dado por normas, pero nunca lograremos que el sistema y la cultura cambien y se sostengan en el tiempo. Eso se logra sólo estando adentro y siendo parte. Nuestra individualidad siempre está inserta en un sistema y lo que Taylor dice, se aplica también a lo que ya no es funcional para nosotros en la pareja, en la familia, en la organización o en el país. Ya sabemos que no hay compartimientos estancos. Y otra vez la paradoja: por un lado investigamos con mayor especificidad cada ámbito de estudio y, por otro lado, cada vez notamos que las leyes de los sistemas, por más diversos que estos sean, más se asemejan. Frases como “cambio yo y cambia el mundo…”; “Lo que hago repercute como ondas concéntricas más allá de lo visible…” son creíbles sin tildarse de utopías. No hay duda que hay posiciones más influyentes que otras según del sistema y la cultura que se intente modificar. Podemos hablar de mayor influencia de un líder en la empresa, de los padres en una familia pero aplica para “uno mismo” y el cambio en nuestro propio sistema. El efecto dominó es innegable. Y es innegable que el verdadero poder está en ser capaces de vernos como protagonistas del cambio en nuestras vidas, cualquiera sea el ámbito del que hablemos.
Somos agentes y creadores continuos de cultura en nuestro entorno. Y el cambio cultural que significa entender que ser inteligentes es saber ser felices, como asegura Opi, nos llevará tiempo. Un camino necesario es cambiar nuestro lenguaje de “el otro” es culpable de lo que me/nos pasa por “yo/nosotros” somos responsables. Sin duda es lo que abre las puertas al verdadero y profundo cambio en nuestra vida.