Estamos atravesados por la moda. Aunque como individuos nos creamos capaces de no estar atrapados por las “últimas tendencias”, nos resulta casi imposible escapar, dado que impregnan todo lo que nos rodea. Porque, según una de las acepciones de la Real Academia Española, la moda es lo “que en un momento determinado goza de destacada aceptación”.
Por supuesto la política de las empresas no escapa a seguir “las tendencias aceptadas”. Y, aunque el consumidor crea darse cuenta cuando está siendo influenciando o manipulado en sus elecciones, en general no es así. Porque toda la maquinaria del marketing es tan “inteligente” a la vez que sutil, es que debemos estar más que atentos. Las corporaciones cada vez tienen más claro que “estar a la moda” es la única manera de ser elegidas y de fidelizar clientes.
Actualmente una empresa que no se muestre con intenciones de sustentabilidad, de responsabilidad social, con ánimo de cambio cultural y con interés en la igualdad de género y de oportunidades no sería aceptable. Y, hoy se sabe que no elegimos los productos o servicios racionalmente sino que están comprometidas también nuestras emociones a la hora de optar. Si no nos gustan los valores adoptados por la empresa, es probable que no elijamos sus productos. En cambio, si la empresa es una empresa sustentable o con alta imagen de responsabilidad social, al comprar sus productos o utilizar sus servicios sentimos que también nosotros estamos contribuyendo en algo.
Todo esto es muy bueno. Y está muy bien que esté de moda lo que de verdad necesitamos. Es imperiosa y urgente la conciencia social en el empresariado. Lo que deberíamos hacer como sociedad es agudizar nuestra percepción para identificar en qué casos podrían ser acciones para aprovecharse de las emociones de los clientes o acciones con verdadera voluntad de cambio.
El tema es que nos encontramos inundados de mensajes de empresas que adoptan “buenas acciones” y creemos en ellas. De puertas adentro están, por ejemplo, las que publican que en su política interna ofrecen meditación -con todo lo que ello beneficia al individuo- pero, si investigamos, nos damos cuenta que acceden no más de una veintena entre miles de empleados. También encontramos las que editan libros sobre su responsabilidad social y compromiso con la comunidad mientras hacen agua en políticas de mercado casi perversas. Nos bombardean con publicidad sobre lo bien que hacen a la sociedad, y ese gasto de campaña es mucho mayor que la inversión en el beneficio mismo.
La responsabilidad social de las empresas debe ser multidimensional y, a través de políticas transparentes dar a conocer todos los aspectos por los que están verdaderamente comprometidos en un todo con el cuidado del medio ambiente, de todos los individuos y de la sociedad como conjunto.
Y debe ser el estado desde políticas de control y la sociedad despierta que exija sus derechos y no se deje engañar para que todas éstas no sean sólo estrategias superficiales para captar y fidelizar clientes sino más bien un camino que se irá profundizando en pos de humanizar la empresa, el consumo y el mercado. Depende de cada uno de nosotros no creernos los “mensajes vacíos” y actuar también como consumidores responsables. Con verdadera intención de que el mercado y las empresas acompañen un desarrollo sustentable honesto y comprometido.