Una vida plena y satisfactoria implica soltar sueños. Sueños de grandeza. Porque cuando escuchamos personas que consideran tener una vida feliz, habitualmente refieren atender las cuestiones “comunes”: disfrutan de la naturaleza, de la familia y los amigos. Gozan los momentos más sencillos: una buena cena o un paseo, brindar lo que son sin especulaciones, hacer lo que les gusta, una charla sincera, un mirarse con los suyos…
Paradójicamente estamos atravesados por la idea de que nuestros sueños son los que harán de nosotros tener una “gran vida”. Y, como si nos guiara el manual del “american dream” se convierten en expectativas por las que “luchamos” para cumplir. Al cabo de unos años, esos sueños pueden hasta esclavizarnos. Es habitual en el consultorio escuchar pacientes exitosos, que han logrado todo y más de lo que se habían propuesto y que, sin embargo, se sienten insatisfechos. Como si la vida los hubiera arrastrado sin conciencia para llegar al logro del sueño. Mientras corrían dejaron de lado lo sencillo. Olvidaron lo profundo. Se encuentran que la vida pasó muy rápido y que sus hijos son grandes desconocidos que cohabitan en su casa; que sus hermanos están alejados, que a los amigos aquellos, tan importantes, hace años que no ven. Es hora de mirarse. De preguntarse si el haberse tomado tan en serio el sueño como leitmotiv de la vida no fue demasiado… Es hora de vaciarse de expectativas y volver a conectar y sentir lo que elegimos.
No es cómodo. Implica un proceso interior. Desandar el camino donde el sueño se convirtió en meta y nos alejó del foco que ilumina lo trascendente. Hace un tiempo di una charla a CEOS y ejecutivos de empresas. Todos altísimos cargos. Cuando los invité a responder la pregunta “¿cuáles son las cosas que hacen y que cuando las hacen sienten que sus vidas merecen ser vividas?” Uno de ellos me contestó: “vos podés hacerte esta pregunta porque te dedicás a esto y tenés tiempo, yo tengo que estar pendiente de la bolsa y el mercado para no perder lo que he logrado”. Es entendible que ésta haya sido su primer respuesta: aferrado a la noción de éxito de lo que probablemente haya sido un sueño antiguo, hoy se convierte en su prisión. Pero los límites de una celda a veces nos resultan más fáciles de sostener que la inmensidad de la libertad. Me animo a imaginar que el dinero le alcanzaba no sólo para él sino para sus descendientes. El replanteo hubiera sido posible. Pero para eso tenía que soltar los sueños de grandeza y empezar a habitar la vida. Por ejemplo: ¿qué puedo hacer con el dinero hoy para sentirme más pleno? ¿qué puedo modificar en mi día a día para enfocar lo cotidiano, lo común, lo que me lleve a una vida más “vivible”?
Lamentablemente, casi siempre que un paciente se acerca dispuesto a trabajar en sí mismo, es porque se encuentra en estado de emergencia: o porque el cuerpo dijo basta y habló a través de una enfermedad, una depresión o un pico de estrés, o porque alguna decisión de la empresa o de ellos mismos les dio un cimbronazo y sienten que su identidad corre peligro. Sepámoslo. Que nuestros sueños de grandeza no nos alejen de lo sencillo, que sepamos llevar la vida que queremos, recibiendo lo que nos da, dando lo mejor que somos, soltando lo que nos limita y sin alejarnos de lo que tenemos más cerca. Nunca olvidemos que, como se titula aquel famoso libro de Schumacher, “Lo pequeño es hermoso”.