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Gabriela Zaragoza

La realidad sin dogmas


Cuando estamos ante situaciones muy difíciles en la vida, o vivimos un pasado complicado y duro; muchas veces nuestra mente convierte la situación o la historia en una doctrina a la cual se aferra y en la cual cree, como si fuera un dogma o religión. Instalados ahí; por un lado, no queremos que ese dolor sea el centro de nuestra vida y lo rechazamos de tal manera que nos lleva al agotamiento. Por otro lado, vamos creando una identidad en torno a lo que vivimos y nos pasó. Esta doble sensación nos lleva a un desgaste de energía inconducente y que va generando un bucle en el que emociones y pensamientos no logran conducirnos al bienestar.

Esta manera de lidiar con lo que nos pasa es habitual y muy humana. No se trata de negar el mecanismo, sino de reconocerlo. Una vez que logramos verlo, se puede intentar el camino de no rechazar la realidad. El filósofo francés Alexandre Jollien dice en su libro Pequeño Tratado del Abandono: “el gran proyecto de mi vida es aprender a no rechazar más la realidad, a asumirla sin resistirme”. Es cierto que, psicológicamente, estamos programados para rechazar lo que nos duele, lo que no nos gusta, lo que no estaba previsto. Estamos acostumbrados a etiquetar y juzgar nuestro pasado, las situaciones que no elegimos, las personas que nos hacen daño. En cuanto las categorizamos, nos apegamos a esas palabras con que nosotros mismos enjuiciamos las cosas. Quedan así, estáticas, y siguen doliendo.

Entonces, el camino de “dejar de rechazar” comenzaría por no etiquetar para no apegarnos a eso que sucede. Para habitar nuestra alegría y nuestra libertad es necesario no quedarnos pegados a lo que hemos sido, a lo que han sido con nosotros, a lo que nos ha pasado… No quedar encerrados en historias. Recibir lo que se presenta hoy sin imponer dogmas de lo que creemos que “debería ser” el día de hoy. Asentir a lo que la vida me dio hasta hoy sin cuestionar con creencias de lo que “debería haber sido”.

Encontrar la alegría aquí y no en una vida idealizada tiene que ver más con un dejarse sentir agradecimiento a la vida así, tal como es. Tiene que ver con la práctica de las emociones positivas como el perdón. la aceptación y la gratitud. Una cosa es muy importante para lograrlo: la absoluta fe de que tenemos la capacidad de lograrlo, la confianza en uno mismo. Además de la fe en que esto es posible, necesitaremos la constancia del intento reiterado. Emprender este camino sabiendo que podemos fallar una y mil veces: lo volveremos a intentar. Como dice Jollien “se trata de volver a la realidad y de darnos cuenta que el imaginario, como un caballo desbocado, arremete y empeora la situación”. Abandonaremos los imaginarios, las etiquetas, lo que debería ser y volveremos a abrir los brazos y recibir lo que es: el único lugar donde reside la alegría de vivir.


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