Siempre que termino un buen libro, uno de esos libros en los que vivo la historia como si yo misma fuera parte, siento algo paradógico: la tristeza de terminarlo y la felicidad enorme de haberlo devorado y llevarlo por siempre adentro mío, como un trozo de mi propia vida. Uno de los que leí estas vacaciones fue La Insoportable Levedad del Ser de Milan Kundera. La primera vez que lo leí tenía 20 años; treinta años atrás… Al terminarlo me encontré haciendo un pequeño duelo y eso me hizo divagar y repasar la cantidad de pequeños y grandes duelos que enfrenté en mi vida en estos 30 años… Fueron muchos, más y menos dolorosos. Pérdidas físicas de personas queridísimas e irremplazables, mudanza de país, cambios laborales, distanciamiento de vínculos amados, e infinidad de pérdidas, algunas pequeñas otras enormes, algunas que se notan y otras casi imperceptibles. Y recordé una frase del genial Kundera cuando narra un duelo por el que tiene que atravesar la pareja protagonista del libro: “Era triste y, a pesar de eso, sin darse cuenta, estaban felices. No estaban felices a pesar de la tristeza, sino gracias a la tristeza. La tristeza era la forma y la felicidad el contendio. La felicidad llenaba el espacio de la tristeza”. Imaginé que es la frase perfecta que invita al camino de sanación de un duelo. De ninguna manera evitar la tristeza. Sino dejarse atravesar por esa tristeza que es, en muchos casos, fruto de la alegría que nos dio lo que despedimos. Hay estudios que hablan de las etapas del duelo, una de ellas es la depresión (después de una primera etapa que suele ser de negación). No hay tiempos ni fórmulas definidas, pero la experiencia muestra que para llegar a la aceptación, que es la etapa final en la que logramos sentir paz y reconciliarnos con lo que sea que la vida nos trajo, no debemos evitar experimentar lo que vamos sintiendo. En general y, paradógicamente, un duelo es casi imposible de resolver mientras nos quedemos pegados en la creencia de “no voy a poder superarlo”. Si pensamos y nos decimos “nunca voy a superar esto” es muy posible que cumplamos… Otra de las paradojas que también se suele dar es que los duelos más difíciles son de situaciones o vínculos no resueltos. Es más fácil duelar un vínculo que se dio desde una verdadera unión que duelar una relación complicada con aristas ríspidas; y más fácil despedir una situación o etapa de la vida que hemos vivido intensamente que deshacernos de algo inconcluso o que no hemos podido vivir a pleno. La invitación es entonces a vivir cada etapa y cada experiencia intensamente y ahondar con amor en cada vínculo que nos rodee, para así poder despedir y soltar cuando nos toque, sin quedar atrapados a la tristeza y poder sentir la felicidad contenida en lo que fue.