La despedida de Serrat es un ejemplo de duelo callado, esos que no es fácil compartir porque creemos que nos sentiríamos incomprendidos. El duelo (del latin dolus: dolor) es la respuesta psicoemocional a la pérdida de un algo o alguien significativo. Creo que muchos hemos despedido una etapa de 50 años donde Serrat fue siempre un manto de poesía, compromiso y cercanía.
Despedir a Serrat también es despedir parte de nuestra historia. Algo parecido sentirán muchos…
Lo vi por primera vez hace más de cuarenta años. No por elección, sino porque mis padres me llevaron a verlo al Gran Rex. A partir de ahí, fui heredando paulatinamente el amor que le tenía mi madre hasta que se hizo mío, profundo y propio. Mi historia con Serrat es un recorrido de mi vida. Porque diez años después, el cantautor se alojaría varias veces en el Hotel Alvear donde yo trabajaba, así que hasta tuve el privilegio de compartir con él un almuerzo en la Munich de Recoleta. Viví muy de cerca su compromiso social. Por ese entonces, cada vez que visitaba Argentina, iba a verlo con mi madre.. Años después, mi querido amigo Fernando Bravo -con quien fuimos socios un tiempo antes del nacimiento de mis mellizos- me invitó a ver varios de sus recitales. Después vinieron estadios, el de Boca con Sabina, el Luna Park lleno, “El gusto es nuestro”… Puedo repasar mi vida de la mano de sus visitas a Buenos Aires de su Barcelona natal o del Teatro Real de Madrid. Mis hijos ampliaron el gusto por escuchar su poesía en la voz de Estopa. Tres generaciones queriéndolo.
Mi madre lo admiraba y disfrutaba, a tal punto que en su último año, ya en cuidados paliativos, la pantalla de su TV tenía siempre disponible el listado de sus recitales que arrancaban en un loop que duraba todo el día, todos los días… Recostadas en su cama juntas, vivíamos sus últimos meses a plena conciencia y sacándole el jugo a lo que ella quería atesorar: el amor a los suyos y a lo inteligente y sensible que podíamos ver y escuchar gracias a la magia de youtube. Su último cumpleaños le pidió a su nieto que le tocara sus temas y todos lo coreamos. Era tan fanática de la música y poesía de Serrat que eran ya los temas de ella. El día que nos tocó despedirla, la familia cantó en un abrazo Mediterraneo: “si un día para mi mal viene a buscarme la parca. Empujad al mar mi barca.. Y a mí enterradme sin duelo entre la playa y el cielo. En la ladera de un monte más alto que el horizonte quiero tener buena vista. Mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista”.
El duelo tiene diferentes etapas y cada uno lo vive como puede. Fue tan fuerte para mí que elegí, por primera vez en “nuestra” larga historia, no ir a verlo. Ahora entiendo que tal vez, cuando estaban a la venta las entradas, negué que fuera la despedida. Mi hermano fue con sus hijos, se conmovió. Compartimos whatsapps, entendiendo ambos el duelo que estábamos haciendo y sabiendo también que son dos duelos distintos, personales, de cada uno.
Cada duelo revive duelos anteriores y es una oportunidad para volver a tocarlos y sanar otros aspectos del dolor. Esos que todavía duelen. Hasta que el dolor se sigue disolviendo y aparece una explosión de agradecimiento a lo vivido, el amor va entrando en esos espacios que había dolor. Conviven. Y, como dijo Serrat hace unos días en Rosario “Piensen que de ahora en adelante todo lo que pase es futuro, y no nos lo vamos a perder”
¡A vivir hoy, que son dos días! Buena semana
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