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Perdonar es posible

Estos días en los que Argentina recibió la visita de Immaculée Ilibagiza, una sobreviviente del genocidio de Ruanda que, a través del poder del amor y de la fe, ha llegado a perdonar personalmente a los asesinos de su familia, son propicios para profundizar el tema del perdón. El caso extremo de Immaculée es comparable al de Gandhi, al de Mandela o al de Juan Pablo II, que han logrado trascender la violencia sufrida y transmutarla, a tal punto de llegar a promover la paz en el mundo. Sin duda ellos nos demuestran que siempre, por más tremenda que haya sido la situación vivida, el perdón es posible.

Y, más allá de la moral y la ética, la propuesta es destacar el poder sanador del perdón, porque la liberación de sentir que perdonamos hace que la vida resulte mucho más liviana. Cada uno sabe o percibe lo que le duele por “culpa” de otros -que sería el indicador de lo que podemos trabajar para perdonar-: ya sea la desatención de una madre, el abandono de un padre, la traición de un amigo, la mentira de un hijo, la humillación de una pareja, la discusión con un vecino o el maltrato de un compañero de trabajo.

Lo habitual, cuando sufrimos por lo que nos hace una persona, es reaccionar con rencor y con ira. Ambos, en su versión pasiva, nos conducen a evitar o alejarnos de la causa del dolor y, en su versión activa y más agresiva, nos llevan a vengarnos de lo que nos hicieron. Cualquiera de las dos opciones –alejarnos o vengarnos- retroalimentan el dolor que nos han causado y contribuyen a generar más sufrimiento; lo cual nos daña no sólo emocionalmente sino también físicamente, ya que toda emoción negativa sostenida en el tiempo tendrá su influencia en las reacciones de nuestro cuerpo. Un buen ejemplo de esto es la frase atribuida a Buda que dice: “aferrarte a la ira es como agarrar un carbón caliente con la intención de tirárselo a otra persona; tú eres quien primero termina quemado”. Tratar de vengarnos es tirar un carbón caliente al otro.

Una película maravillosa que expresa lo que es el perdón es Philomena, estrenada en nuestro país hace pocos meses y que cuenta el caso real de una mujer irlandesa a quien, hace 50 años, en un convento de monjas, no solo la maltratan casi hasta esclavizarla sino que le roban a su hijo para darlo en adopción a una familia norteamericana. Después de toda una vida, Philomena logra perdonar a pesar que quien le ha infligido tanto daño, no llega a arrepentirse de lo que ha hecho. Esto demuestra el proceso absolutamente personal y misterioso de la capacidad de perdonar, que es independiente de la acción que nos han hecho y nada tiene que ver con el arrepentimiento del otro. En este sentido, desde el punto de vista psicológico, el perdón no se relaciona con la justicia –no es excusar, ni condenar, ni indultar- ni con el olvido; ni siquiera con la reconciliación. Perdonar de verdad es poder contemplar el daño que nos hicieron, poniendo en práctica la empatía para intentar comprender al otro en su contexto y llegar a ejercer la compasión. Así, vemos en la película la expresión de paz que transmite Philomena al perdonar, la cual no invalida que decida publicar la historia para que se sepa la verdad de semejante vejación.

Sonja Lyubomirsky, psicóloga de la Universidad de Harvard, propone en su libro, La ciencia de la felicidad, varias técnicas para practicar el perdón. Aunque reconoce que, de todas las estrategias para promover la felicidad, la del perdón es una de las más difíciles, el lograrlo es en muchos casos posible y permite disfrutar una vida de mayor bienestar y salud mental.

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