Apegados a Cortázar
Cuánta verdad encierra esta frase, que habla, poéticamente, de la sensación de apego. Sensación que todos los seres humanos sentimos; no solo a los objetos sino a las personas, a las experiencias vividas, a los roles que cumplimos y, en ocasiones, hasta llegamos a apegarnos a las situaciones dolorosas. En el libro de Juan Manzanera, el Hallazgo de la Serenidad, el autor nos enseña a ver que, cuando nos apegamos a algo, podemos sufrir por desearlo, por no conseguirlo, por tenerlo y temer perderlo, porque sabemos que no va a durar, por si lo tuvimos y lo queremos nuevamente. De manera que siempre podemos sufrir, lo tengamos o no. Entonces, ¿qué hacer? ¿negar nuestras inclinaciones? ¿reprimir lo que sentimos? ¿luchar por desapegarnos? Nada de esto es aconsejable… Sería como intentar esforzarnos por NO pensar en un elefante blanco: por supuesto que con esta premisa, lo único que logramos es pensar en el elefante blanco!
Como con casi todo lo que nos pasa, vale la pena tomarse un momento para entender el mecanismo y así, hacer conciencia de lo que nos atrapa. En el caso del apego, varía si se trata de una persona, una cosa o un lugar pero, en principio, tenemos que saber que la sensación de apego hará que, sea lo que sea que lo genera, será siempre idealizado, visto sin defectos y con las propiedades para hacernos felices. Sin embargo, sabemos que la felicidad depende de nosotros y no de algo externo. Por otra parte, darnos cuenta que todo cambia, que lo que nos resultó indispensable en el pasado ya no lo es, que el transcurso de la vida ha modificado nuestros deseos, necesidades y gustos, hará que podamos ver al objeto de apego como menos “endiosado”. Y por último, si reflexionamos, nos damos cuenta que, quitando eso que nos desvela y no nos deja dormir, surgirá otra cuestión que habite la misma escena mental. Por lo cual, nos queda ver con claridad lo que nos pasa y no creernos tanto las historias que nos contamos a nosotros mismos sobre ese reloj que nos regalaron… Podemos darle cuerda –o cambiarle la pila, porque ya lo dijimos, todo cambia!- y disfrutar no sólo del reloj, sino del maravilloso regalo del tiempo y de la vida.